Pertenezco a una especie que vive sintiéndose separada del resto y que es gobernada por un interesante egocentrismo. No sé cómo nos etiquetaron de «Homo Sapiens» puesto que si bien podemos lograr niveles de sabiduría y vivir en ella, la realidad es que el ego es más poderoso que la sabiduría que la mayoría dispone. Por ende, «Homo Ego-Centrum» sería un calificativo más real y justo. El hecho de creernos más sabios que el resto de especies de por sí señala nuestro egocentrismo. Por ejemplo, amaestramos a los perros para que comprendan nuestros comandos y eso, definitivamente, requiere mucha capacidad que sin duda tenemos. Pero,¿acaso somos capaces de entender el lenguaje del perro? ¿O del elefante, o de la hormiga o el árbol, o Koko, la gorila? Hay muy pocas personas en el Planeta que tienen esa capacidad. Aún así, les entrenamos para que comprendan nuestro idioma o se comuniquen en nuestros términos, o sea, todo gira a nuestro alrededor. Creemos tener el control sobre lo que nos rodea, inclusive pretendemos tener el control sobre la naturaleza que ha demostrado fallar la mayor parte del tiempo. Aún cuando la inteligencia humana ha logrado desarrollar armas como HAARP (que intenta controlar el clima enviando ondas de alta frecuencia a la ionosfera), todavía somos nada cuando la Madre Tierra quiere dar a conocer el poder de sus entrañas.
Lo que quisiera intentar transmitir son ejemplos de cómo funcionamos alrededor del ego, creando un universo individual que se conecta con los demás a través de fibras finas de energía concentrando la mayor fuente de poder y atención en ese punto que es el «yo». Nos relacionamos con ese yo a través de una personalidad que refleja el tipo de relación que tenemos con nosotros mismos. Sin embargo, nos dificulta ver que la personalidad es un molde difícil de quitarse de encima y peor aún puede reconocer la experiencia de otro sin algún tipo de prejuicio, por mínimo que sea. El prejuicio en este caso se refiere a una idea elaborada con anticipación basada en el conocimiento y la experiencia de dicha personalidad. Así que ahora vamos a considerar algunas situaciones que reflejan esa manera que tenemos, la mayoría, para vivir en función de ese universo del yo. Por ejemplo, ¿con qué facilidad te ha sucedido que estás concentrado leyendo un libro, o viendo un programa de televisión, escribiendo o trabajando en tu ordenador y, de pronto, viene alguien y te empieza hablar o decir alguna cosa sin fijarse en lo que estás haciendo? ¿Te ha pasado que estás hablando por teléfono y alguien te empieza a decir cualquier cosa ese preciso momento? ¿Has notado que cuando conversas con alguien y te está contando sobre cómo hace una cosa o lo que piensa sobre algo, tú empiezas a decir cosas sobe tu experiencia en el asunto o lo que piensas que debe hacer? ¿Has notado cuando están varias personas y una quiere opinar sobre algo y enseguida las demás empiezan a opinar sin ser consultadas? ¿Has notado qué tanto hablas sobre tí y tus experiencias y cuánto realmente prestas atención a los demás y lo que dicen? Hay tantos ejemplos que podría detallar pero lo que quería es hacer notar esa manera que tenemos para funcionar. Todo vemos y hacemos siempre desde ese pequeño «yo» y su universo sin permitir que el universo del otro realmente logre llegar a intercambiar las cosas tal y como son. Podemos identificarnos con el otro a través de lo que nos ha sucedido a nosotros o de lo que imaginamos que puede sentir la otra persona y, con dificultad, realmente llegamos a comprender la experiencia del otro y ponernos en sus zapatos mientras lo procesemos desde ese «yo». Aun cuando hayamos pasado por una experiencia similar, no podremos comprender el impacto que ha tenido para la otra persona sino a través del impacto que tuvo para nosotros. Es una realidad muy difícil y hasta dolorosa. Todos compartimos sentimientos similares y, por eso, podemos identificar algunas cosas. Sentimos miedo, ira, ansiedad, felicidad, alegría, pena, dolor emocional, dolor físico. De ahí que la historia de uno es la historia de todos. Vemos tristeza en una escena de cualquier tipo y se activa la experiencia de pena en nosotros. Vemos alegría y risa y se activa lo mismo en nosotros. Sin embargo, nos sentimos separados.
Recordemos que la experiencia física es sólo una de las experiencias que podemos tener y es la más limitada. Para sentirnos uno con el otro necesitamos despertar el alma. Una cosa es, por ejemplo, escuchar desde el ego, y otra desde el alma, una es amar desde el ego y otra desde el alma. Tenemos acceso a las dos pero una cuesta mucho más que la otra. La realidad del ego viene por «default» instalada en nuestra humanidad. Es la base de la experiencia humana. Lo vemos en la naturalidad de los niños y sus facetas de crecimiento. De la vulnerabilidad total nos vamos desarrollando y separando de mamá hasta reconocer que somos alguien más y nos llaman por un nombre. Caminamos y vamos aprendiendo sobre el «yo» y la posesividad: esto es mío, es mi mamá, es mi papá, son mis juguetes. Ahí inicia la descarga automática de información del «yo». Como estamos en faceta de aprendizaje no tenemos una gran actividad mental, más bien, respondemos naturalmente y de acuerdo con la descarga de la programación genética que orienta la tendencia del ego. A esto se sumarán las experiencias que vaya teniendo y el aprendizaje que viene de casa y su entorno social. Entonces, hay muchos factores que determinan la manera en que una experiencia nos va a impactar y sólo podemos relacionarnos a través de nuestra definición y experiencia sobre cada asunto.
Para poder sentir lo mismo que siente otra persona necesitamos hacerlo desde un lugar en que no gobierne el «yo». A ese lugar se puede llegar a través de cosas como la meditación o ejercicios que nos amplíen los horizontes hacia la dimensión espiritual. Es justamente en esta dimensión en la que volvemos a experimentar la unión de todas las cosas. Hasta llegar al punto en que podemos reconocer si estamos en la dimensión del ego o la dimensión del alma, lo mejor que podemos hacer es observarnos. ¿Puedes escuchar 100% a una persona? Nota cómo lo haces, cuánto tiempo sostienes la atención en lo que te dicen, nota cuando tu atención se difumina en tus propios pensamientos. Nota también la manera en que abordas a los demás. ¿Esperas que te presten atención para comunicarte? ¿Interrumpes fácilmente lo que otra persona está haciendo?
Conversaba con mi amigo y colega Fernando Larrea sobre este tema y él me contaba que había leído unas novelas relacionadas con indígenas Navajo y que era interesante notar cómo ellos hacían las cosas. Me comentaba que ellos solían quedarse callados un rato tras escuchar al otro por si tenga algo más que decir. Eso, en nuestras culturas modernas generalmente no sucede. El silencio no tiene cabida e incomoda. Pero, el silencio, es fundamental para aprender a escucharse y escuchar a otros. Justo mientras estaba contemplando este asunto, se cruzó, en facebook, un mensaje de Sura Hart que dice: «Escuchar es una actitud del corazón, un deseo genuino de estar con el otro que atrae y sana.» Días anteriores, mientras estaba en la piscina, totalmente sola, veía los arboles que nos rodeaban (a la piscina y a mi), escuchaba los pájaros y todos los sonidos que surgían. Me pregunté si habrá habido alguna vez alguien que agradezca a los árboles por la sombra que dan, por su belleza, su color… Entonces, salí del agua para abrazar a uno de los árboles e intentar comunicarme. Cerré los ojos, le toqué, intenté dejar ir el yo para penetrar en el árbol, para fundirme con él y no pude. Ahí me volví a dar cuenta lo poco fácil que resulta ese desprendimiento. Lo he hecho antes así que sé cómo se siente ese dejarse ir y fundirse. Necesitaba más tiempo, quizás más comodidad física, para lograr desprenderme. Aun habiendo tenido experiencia, no resulta fácil vivir desde el alma todo el tiempo. Nuestro diario vivir se somete completamente al ego, a la separación y la individualidad. Es nuestro pan de cada día. Sin embargo, podemos crear espacios en que esa otra dimensión de nuestra existencia que, finalmente, es trascendente y más auténtica, se manifieste y nos vaya dejando su sabor. Con la práctica y el tiempo su presencia puede aumentar a tal punto que podamos sentir la conexión que hay entre todos. ¿Por qué no nos resulta tan natural la expresión del alma? Parecería que no es natural pero, más bien, es lo más natural en nosotros solo que ha sido opacada por la fuerza del ego que es al que estamos acostumbrados y este se vuelve en lo natural porque nos alejamos de nuestra esencia. Cuando despertamos al alma sentimos todas esas cosas que queremos experimentar: paz, amor, libertad, conexión. Esto tiene espacios limitados en el ego. Lo experimenta pero aferrado a sus propósitos y deseos, lo que limita la verdadera dimensión de estas experiencias. El ego tiene una función de crear nuestra individualidad y funciona en la tercera dimensión. Si deseas crecer como ser humano hay que expandirse hasta los límites del ego y cruzar hacia la dimensión del alma. Ahí no acaba la posibilidad de crecimiento, es solo una nueva y amplia plataforma de existencia que abarca mucho más que lo que ofrecen los sentidos físicos. Podemos desarrollar el ego a tal punto que se alinee con el propósito del alma. Esto sólo se logra con la expansión de la conciencia interior y para eso necesitamos dirigir nuestra atención hacia adentro.
Es una lástima ver cómo nos devoramos entre humanos por cosas de tan poca trascendencia. Es horrible ver como somos sujetos del modernismo sin tener el mínimo respeto por la naturaleza. El otro día mi sobrina hablaba de conseguir un nuevo celular y yo le reproché diciendo que si es consciente de la basura tecnológica que está generando y al día siguiente me pillé considerando la posibilidad de ver un nuevo celular para mi. Ese mismo rato paré mi pensamiento y me devolví la reflexión. Vaya que es fácil caer en la ola del modernismo cuando se trata de satisfacerse a uno mismo. Ese es el mayor problema del ego, que no considera a los demás, no tiene una visión más allá de sí mismo, vive en la inmediatez de su satisfacción. Por eso necesitamos aprender a escuchar el diálogo interior, porque somos 100 mil veces más sensibles a lo que sucede internamente que a lo que sucede externamente. Nos programamos, esa voz interior nos impulsa a comportarnos de formas determinadas, si permanece sin ser vigilada simplemente gobernará nuestra vida y no podremos discernir, no podremos crecer ni aprender a someter al ego. ¿Tienes la disposición y el interés para crecer? Entonces, considera lo que dijo Carl G. Jung «sólo se volverá clara tu visión cuando puedas mirar en tu propio corazón porque quien mira hacia afuera sueña y quien mira hacia adentro despierta.»
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Gracias Goy, me gusta tu visión del enredo en el que nos encontramos.
Si sopesamos la idea de la reencarnación o de las vidas simultáneas en otros planos, la cosa se pone aún mas compleja, ya que las siembras traerán sus cosechas. Todas las explicaciones terminan en un enredo. Me gusta mucho cómo explica este intríngulis el Sr. Ric Weinman en su libro Awakening through the veils. Él es el sostenedor de nuestro linaje VortexHealing.
Saludos cordiales
Fernando Roca
El tránsito de la conciencia basada en el ego a la conciencia basada en el corazón, llega cuando las almas van madurando a través de todas sus experiencias en esta dimensión y el primer síntoma es que dejamos de encontrarle sentido a lo que antes nos hacía creer que nos daba felicidad (poder, aceptación, materialismo) , falsas ilusiones que nos vende el Ego para crear una sensación de aceptación y poder.
Excelente…es una visión filosòfica